La Totalidad de la Vida
"El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar
nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos"
-Marcel Proust-
Aquellas arrugas en las manos de tu anciano padre. El llanto de un
bebé recién nacido. Una escultura en una galería de arte. Una cierta
combinación de notas en una pieza musical. Una gota de rocío sobre la hoja de
una hierba. Una mirada fugaz al rostro de un extraño, de repente y sin aviso
alguno, tu corazón se derrite. De pronto, la totalidad penetra la separación.
La
vida está llena de misterio.
Estaba yo hablando hace poco con una amiga que acababa de dar a luz. Mi amiga
es una científica, una "pensadora racional," además de atea, no está
interesada en la espiritualidad ni en la religión ni en nada que no pueda ser comprobado
a través de "investigaciones reconfirmadas," como ella suele
llamarles. Ella cree que la vida se trata de trabajar duro, proveer a una
familia, ahorrar para la vejez, y eventualmente retirarse y disfrutar "la
buena vida" antes de morir.
Así
pues, mientras hablaba acerca del nacimiento de su hija, sus palabras no eran
para nada las de una atea, eran palabras religiosas, palabras espirituales,
palabras impregnadas con admiración y asombro y acerca del maravilloso milagro
de la creación. Habló sobre el milagro de la vida misma -el misterio del
nacimiento y de la muerte, el enigma cósmico que impregna todo lo que hay-. Me
dijo que cuando cargó a su hija recién nacida por primera vez, se esfumaron
todos aquellos pensamientos egoístas, que tanto el pasado como el futuro se
habían disuelto, y que de repente, sólo había eso -sólo la vida misma,
presente, viva, misteriosa-. Sólo estaba ese precioso momento, aquí y
ahora, y nada más.
Ella me dijo que lloró de gratitud al ver los deditos pequeños de su hija por
primera vez, tan delicados, tan frágiles. Dijo que estaba sumamente asombrada
de que algo tan misterioso y vivopudiera haber surgido
de ella, cómo es que algo pudo haber surgido de la nada, cómo es que la vida
podía generar más de sí misma, cómo es que la misma vida que estuvo presente en
el Big Bang estaba presente de alguna manera también ahí, en la forma de esa
pequeña y rosada criaturita. De pronto ella se sintió consumida por un amor
incondicional -por su hija, por todas aquellas madres e hijos de todo el mundo,
por toda la existencia-. Era un amor para el que no tenía palabras. Todas
aquellas "investigaciones reconfirmadas" se desmoronaron ante la
evidencia de esa incomprensible vastedad de la experiencia de ese momento
presente.
Mi
amiga, la científica, la pensadora racional, la escéptica, se convirtió
temporalmente en unamística no-dual y ella ni siquiera se había
dado cuenta. Por un instante, tocó la totalidad de la vida, el inefable
misterio que permea toda creación. Por un instante, se enamoró de toda la existencia, la separación
entre ella y la vida se había desvanecido para revelar un amor que no tiene
nombre.
A
través de los años he conocido a mucha gente que se ha interesado en lo espiritual
debido a ciertas experiencias o revelaciones incomprensibles, inexplicables y
extrañas que tuvieron, normalmente inesperadas, experiencias que posteriormente
fueron difíciles de explicar y transmitir a sus familiares y amigos.
Los
artistas mencionan que cuando están fascinados pintando se siente una pérdida
del yo. Los músicos explican cómo, mientras se meten en su música, sólo hay música y ellos, como una entidad
separada, se pierden en ella, como si la vida los absorbiera. No están interpretando
la música, sino que se convierten en ella, interpretándose a sí misma. Los
atletas hablan acerca de ir con el flujo o entrar en la zona, un lugar en donde
el correr, el conducir o el saltar sucede sin esfuerzo alguno, y el cuerpo se
desempeña a la perfección aunque ya no experimenten su cuerpo como
propio. Los actores hablan de cómo se disuelven dentro de sus personajes,
cómo se pierden a sí mismos cuando representan un papel, acerca de cómo cuando
están actuando realmente, no hay nadie actuando. Cuando más tarde son
reconocidos por su desempeño y se les pregunta cómo es que lo han logrado,
admiten que realmente no lo saben.
O
cuando va uno caminando por el parque y de repente no hay un yo caminando, tan
sólo se siente el viento en la cara, el susurro de las hojas, las risas de los
niños y los ladridos de los perros. Uno desaparece y se convierte en todo, o
todo desaparece y uno se convierte en nada. Las palabras simplemente no hacen
justicia.
Algunas veces las historias son menos dramáticas. Puede uno estar lavando los
platos, y de repente las burbujas de jabón se convierten en lo más fascinante
del universo, de hecho, esas burbujas de jabón se convierten en el universo
mismo en ese preciso momento. Y resulta que todos los problemas, temores,
ansiedades, esa desesperada búsqueda por una vida mejor, por la fama, por la
gloria, por el amor, por la iluminación, simplemente desaparece. De nuevo, todo
está perfectamente bien, cósmicamente bien. A pesar de que nuestra situación de
vida no haya cambiado -todavía hay cuentas por pagar, niños que alimentar,
trabajo que terminar, dolor que sentir- la relación que se tiene con todo ello
se ha transformado repentinamente. Por un instante, ya no eres un individuo
separado luchando para encontrar la totalidad. Sólo hay totalidad.
Estás de vuelta en el seno materno, un seno que realmente nunca
abandonaste. Y, sin embargo, esa vida cotidiana sigue presente, y tú continúas
con tu función dentro del mundo sin ningún esfuerzo.
La
ciencia ha batallado mucho tratando de explicar estas experiencias, o no
experiencias o como quiera que se llamen, ya que éstas nos llevan más allá del
mundo de la causa y efecto, de lo subjetivo y objetivo, del observador y lo
observado, de lo absoluto y relativo, de lo interno y externo, incluso del
tiempo y del espacio. Todo esto es difícil de probar o demostrar lógicamente,
científicamente, filosóficamente. Pero para aquellos que lo viven, eso es mucho
más real que cualquier otra cosa. Llamémosles despertares o experiencias
extraordinarias o simplemente encuentros sencillos con la vida tal cual es. En
realidad no importa cómo le llamemos, porque al final del camino, las palabras
siempre llegan a destiempo.
La
existencia está llena de misterio y asombro y a veces, sin previo aviso, la luz
puede brillar a través de las grietas de esa vida separada. Por unos breves
instantes, se percibe esa señal cósmica de que la vida es de alguna manera
infinitamente más de lo que parece ser. Aquello que parece tan ordinario puede
fácilmente tornarse extraordinario, haciendo que nos preguntemos si, tal vez,
lo extraordinario se encuentra siempre escondido tras lo ordinario esperando a
ser descubierto.
Si,
tal vez las cosas ordinarias de la vida -esas viejas sillas rotas, las llantas
de las bicicletas, los rayos del sol entrando por un vidrio roto, la sonrisa de
un ser querido, el llanto de un recién nacido- en realidad no son para nada
ordinarias. Quizás, atrás de su cotidianeidad exista algo extraordinario. Tal
vez, todas esas cosas que damos por sentadas son realmente divinas, sagradas,
expresiones infinitamente preciosas de la totalidad, una Unidad que no puede
ser expresada a través del pensamiento o del lenguaje.
Y
tal vez, esa totalidad no se encuentra "allá afuera", en algún otro
lado o en el futuro, esperando a ser encontrada. Tal vez no es necesario que
vayamos a los confines más lejanos del universo para encontrarla. Tal vez no se
encuentre en los cielos o escondida en las profundidades de nuestras almas.
Quizás la totalidad está aquí mismo, en donde ya estamos -en este mundo, en esta
vida- y tal vez nos hemos cegado nosotros mismos a ella en nuestra
obsesión por buscarla.